hoy-milonga-logo

Tango

Autor/a: Beba Cordoba

photo

El “petiso” Alfaro tomó el chambergo, se lo puso requintado sobre un ojo, alisó suavemente el ala para doblarla un poco a los costados, se ató el dengue al cuello a lo compadrito y partió rumbo al club La Estrella del Sur. Se había enamorado al primer golpe de vista, hacía más de un mes, de una pebeta esbelta y chispeante pero hasta ahora no se había atrevido a acercársele porque existía un escollo: la chica sacaba viruta al piso bailando el tango y haciendo toda clase de firuletes y el “petiso” Alfaro se había sentido frustradísimo pues su sueño para empezar la relación hubiera sido un buen baile, bien apretaditos, viviendo juntos el sentimiento nostálgico de la música. Pero el “petiso” no sabía bailar, ni siquiera un paso. Era lo que se conoce como un perfecto pata dura. Así, se había pasado toda la noche tratando con angustia de encontrar una solución, hasta que, al romper el día no gritó Eureka porque no conocía la palabra pero llegó a una conclusión: sepultaría su orgullo de compadre machazo e iría a una academia de baile. Con paciencia y con constancia, después de un largo mes dedicado al trabajoso aprendizaje logró dominar los secretos del tango y al fín, ese día, ya maestro entre los maestros, pensaba hacer el sensacional debut con la chica de sus sueños. Así llegó al club y, desde la puerta, la buscó con la mirada. Ella se encontraba charlando y riendo en medio de un grupito de chicas y muchachos. El “petiso” se enderezó para parecer más alto y, luego de un titubeo, resolvió hacer un precalentamiento bailando con alguna otra para lucirse un poco delante de la mujer de sus sueños y deslumbrarla, si era posible. Paseó la vista por el salón y allá, en el fondo alcanzó a ver una cara que lo contemplaba y que pertenecía a una chica sentada detrás de otras muchachas. El petizo entonces se arrimó a la pista al comenzar el tango y cabeceó para invitarla a bailar Ella sonrió y comenzó a levantarse, y bien dicho lo de comenzó porque no terminaba nunca; era alta, altísima y gorda, gordísima. La mole del Everest avanzando hacia él. Alfaro empezó a transpirar copiosamente y cuando la tuvo delante sólo atinó a estirar los brazos para intentar enlazarla. El resultado fue que su cara quedó sepultada entre dos enormes, inmensas montañas blancuzcas con olor a perfume barato y talco y, suspendido en el aire por dos tentáculos obesos, el pobre Alfaro dejó de tocar el suelo, mientras una fuerza irresistible lo arrastraba de aquí para allá por la pista. De repente empezó a oír risotadas, carcajadas que lo rodeaban y enrojeció de vergüenza hasta las orejas. Al pasar y alcanzando a sacar el rabillo de un ojo por entre las inmensidades voluminosas que lo aplastaban pudo ver a su amada que se descostillaba de risa con el resto de la gente. No supo cuánto duró el suplicio y su vergüenza pero, terminado el baile, salió huyendo del salón, del club y del barrio porque nunca más se lo volvió a ver. Pasaron los años y dicen las comadres que algunas noches, cuando la luna brilla en el empedrado, se puede ver al final de alguna calle una extraña figura de chambergo y dengue al cuello que recita con triste voz: “Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero, porque sos el mensajero del alma del arrabal”. Yo no sé si es cierto, pero algunos viejos sabios saben decir que entre el corte y la quebrada de un tango suelen colarse fantasmas melancólicos de otros tiempos en busca de algún sueño perdido.


Fuente: http://www.vientosdetango.com.ar/historias-y-cuentos/


Publicaciones anteriores

Baixe o AppDownload it from the Apple Store