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Camino al cielo

Autor/a: Pedro Arigoni

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_ ¡Envido! -Se escuchó tronar en la sala de juegos… _ ¡Falta envido! -Fue la respuesta del Zorzal…hubo un ¡Quiero! y ahí nomás, un murmullo de voces somnolientas, festejó los 33 de mano de Pichuco. Era el juego final para definir quién representaría a los tangueros en el torneo de truco que organizaba San Cono, patrono de los juegos de azar, a falta de un referente de los juegos de mesa. Rodeaban a los finalistas algunas personalidades importantes, como el gato Piazzola, el narigón D’Arienzo, Gobbi, Goyeneche, que hacía menos de un año había llegado al cielo, el mismo día que Beba Bidart -quien, en esta instancia, cebaba unos riquísimos mates- y también, Julián Centeya, que escribía sentado en un rincón, mientras se preparaba para participar de un concurso, en el rubro poesía. Corría el año 1995 -finales de Julio- y ya se hacía sentir el frío allá arriba, cuando apareció Adrián Guida, cantor de Pugliese, llegado hacía 6 meses nada más, con solo 29 años de edad. Pidió un minuto de atención porque tenía algo importante que compartir y contó que, camino al baño, pasó por la oficina de San Pedro y le llamó la atención ver a Santa Cecilia, a San Juan Bautista, a San Leandro, y a San Marcelino, reunidos con el jefe. Julio Sosa, recién levantado de dormir la siesta, le dijo a Adrián: _ ¡No le faltes el respeto a San Pedro pibe … que es un superior! -Adrián lo miró, hizo un gesto sobrador y prosiguió con el relato: _ Lo cierto es que escuché, al pasar, decir a alguien: ¡Murió Pugliese! y una voz femenina, -sería Santa Cecilia-, confirmó que era verdad y que estaba retenido en el purgatorio… Desde el fondo se oyó una voz potente que dijo: _ ¡Qué es eso!, ¡Cómo retenido en el purgatorio! ¡Eso es una arbitrariedad, ya mismo pidamos una reunión con El Maestro! Era Héctor Gagliardi el que hablaba, al que se le sumaron otras voces pidiendo hacer un piquete, otros proponían hacer un boicot al campeonato de truco, y hasta una prostituta que se había colado, sugirió un desfile de desnudos frente a la oficina de San Pedro. Sofía Bozán -apoyada en una columna-, se subió a una silla de esterilla y mientras se bamboleaba expresó: _ Primero tenemos que averiguar por qué motivo lo frenaron en el purgatorio y luego debemos actuar. _ ¡Sabias palabras! -Exclamaron todos, y Magaldi opinó que Santa Cecilia, en su carácter de patrona de los músicos era la más indicada para ser consultada. Mientras tanto, más abajo, don Osvaldo esperaba solitario en un rincón, sin comprender cuál podría haber sido la razón por la que lo retuvieron en esa estación. Acaso porque fundó el sindicato de músicos en 1935, o porque le dijo a Balcarce que su tango La Bordona no tenía futuro, o quizá, porque una vez dijo: _ “Soy un laburante de la música popular desde los 15 años; antes, trabajé para una fábrica de joyas, pero me dieron el raje; luego, para una empresa maderera, y me dieron el raje; continué en una fábrica de muñecas, y me dieron el raje. Y por ello pensarán que soy un vago… El único lugar donde no me dieron el raje fue en la música, y bueno, aquí me quedé. Me estarán reteniendo, entonces, por ser músico, aunque no lo creo; tal vez pueda ser por haberme adherido al comunismo… ¿O sí?” _San Pedro los va a recibir, pero sólo a tres de ustedes. -Dijo el secretario de turno, que era Ceferino Namuncurá- y dispone para la entrevista de 15 minutos. En un tono compungido, agregó: _ El caso Pugliese está cerrado; hoy a la tarde saldrá el telegrama del purgatorio con la orden de subirlo al primer convoy que vaya al infierno. Se armó un revuelo fenomenal, todos se creían con derecho participar de la reunión, argumentos sobraban, pero luego de una deliberación donde no faltaron insultos, intentos de agresión y hasta pases de facturas, como el que le hicieron a D’Arienzo por no haber interpretado nunca, ni La yumba ni Recuerdo, se designó el terceto que concurriría a la reunión. Ellos fueron: Julio De Caro, en representación de la guardia vieja; Aníbal Troilo, por la década del 40 y Domenico Modugno en representación de los músicos extranjeros, tomando la precaución de que San Pedro les hablara sólo en italiano. La oficina de San Pedro estaba ubicada en el 2° piso, a la derecha de la de Dios. Era amplia, con un gran escritorio blanco y un comodísimo sillón giratorio, tapizado en pana roja, ambos apoyados sobre una tarima alfombrada, con una tela traída desde China por Mao Tse Tung, en su camino al infierno. De las paredes, color verde manzana, colgaban reproducciones de cuadros de pintores famosos y sobre el piso de parquet color roble oscuro muy brillante, se veían algunas réplicas de esculturas grecorromanas. El David no estaba por razones obvias. A las 14.30 en punto, San Pedro en persona, abrió la puerta y luego de los saludos, los invitó a pasar, al mismo tiempo que le indicaba a la mucama que trajera unas copitas con bebida espirituosa para los señores. _En primer lugar, quiero dejar en claro que yo no soy ningún maestro. Maestro es el Señor; ustedes los argentinos tienen, entre otras cosas, la deformación de otorgarle maestría a cualquiera que se destaque en alguna actividad, más aún, le dicen maestro a un interlocutor del que no saben su nombre: “maestro, me permite una palabra…” Acá las cosas son distintas. A propósito, con respecto al torneo de truco, les recuerdo que está prohibido mentir. -Los visitantes se miraron azorados, pero no hicieron ningún comentario. _Bien, a lo nuestro -dijo San Pedro- Me han dicho que ustedes vienen a pedir por el traslado de Pugliese desde el purgatorio hasta el cielo. ¿Qué les hace pensar que es merecedor de ese premio? Si de entrada nomás se declaró ateo y, además, miembro del Partido Comunista. ¡No sé qué hace en el purgatorio! ¡Debería haber ido al infierno directamente! _ ¡No, no, don Pedro, no es así! don Osvaldo merece ir al cielo porque fue un hombre de bien, bueno, solidario, humilde e incapaz de hacerle daño a nadie. _Al contrario, fue encarcelado por defender sus convicciones, lo mismo que Jesús. -Agregó Troilo, con esa voz cascada por el faso y el alcohol, en un encendido alegato, cuando fue interrumpido por San Pedro. _Un momentito, Pichuco, a mí no me diga “don”. Soy “San Pedro”. Y bastante esfuerzo me costó llegar a ser Santo. Poco le faltó para decirme ¡“Oiga Jefe”! Y ya que estamos frente a frente, le voy a decir algo y espero que no se moleste: A mí me gustaba más el ritmo de Pugliese que el suyo; era más canyengue y mejor para bailar. O usted piensa que acá arriba solo nos pasamos el día rezando. También nos gusta la música. Vean, les voy a ser sincero, el que está durísimo es el jefe. Si tuvieran testimonios creíbles por personalidades confiables, de lo que ustedes afirman, yo podría usarlos como argumentos para rever la decisión y, con un poco de suerte, dejarlo a Pugliese en el purgatorio, porque del Cielo olvídense, no hay antecedentes de haber aceptado a un comunista. La comitiva agradeció la atención y volvió a su punto de encuentro en la sala de juegos. Antes zamarrearon un poco a Doménico Modugno, para despertarlo, ya que no hizo falta su intervención, pues San Pedro se expresaba en perfecto castellano, inclusive con algo de lunfardo. Julio De Caro tomó la palabra y se explayó -en tono calmo- contando lo ocurrido en la reunión y destacando la buena voluntad de San Pedro, y reiteró que, sin testimonios fehacientes, no iban a poder avanzar. Cátulo Castillo, que había muerto 20 años antes, pero que aún tenía contactos en la Sociedad de Autores y Compositores de Música, dijo: _Yo voy a buscar información. Denme 15 minutos que mando un WhatsApp. -Y se retiró de la reunión. Chistando, desde atrás de una columna, Ceferino hacía señas para que se le acercaran: _Les voy a dar una primicia, -dijo- pero no me deschaven: Estoy a punto de ser beatificado y no me puedo exponer. ¿Entienden no? Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, hay una interna tremenda. Los que dicen que espichó el comunismo y los que no quieren aceptarlo, una verdadera grieta. Disculpen lo de espichó, pero desde que llegó Julián Centeya en el 74, alguna palabra en lunfardo se me escapa. Bien, lo cierto es que el Maestro de a poco va aceptando los cambios en el mundo, ve que el capitalismo ha avanzado de manera exponencial y que si no se aggiorna, las cosas se van a poner cada vez mas complicadas. Tal vez esta cuestión con Pugliese, un santo varón, sirva para inclinar la balanza. No aflojen muchachos, estoy con ustedes dijo y desapareció por un pasillo. Al rato, lo ven venir a Cátulo Castillo, exultante, con una sonrisa sólo comparable con la del Zorzal. _ ¡Yo sabía! ¡Yo sabía! Carmencita, mi ex secretaria, no me podía fallar, fue mi mejor colaboradora, y aquí me envió el informe. Se los leo: “Entre miles de artistas yetas, el ambiente artístico argentino sólo reconoce unánimemente a un santo: Osvaldo Pugliese. El famoso tanguero es toda una salvaguarda para los artistas. Ya en vida era considerado un amuleto de buena suerte y él lo sabía; tan es así que se llamaba a sí mismo «La medallita del pueblo». Cuando León Gieco dice «siempre mencionamos a Pugliese» en ese pastiche de canción que es «Los Salieris de Charly», hace referencia a esta cábala. No hay camarín que no tenga una foto de Pugliese. Hay muchos relatos de pequeños milagros que se le adjudican: Que vuelva la luz en medio de un apagón en pleno concierto; que aparezca un instrumento perdido, con sólo pronunciar el nombre del santo, o que se solucionen problemas informáticos: El técnico en grabación, Sergio Paoletti, afirma que cuando una máquina de su estudio se colgó y amenazó formatear todo el material, lo solucionó renombrando a los archivos como “Pugliese”.


Fuente: http://www.vientosdetango.com.ar/historias-y-cuentos/


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