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Que me quiten lo bailao

Autor/a: Daniel Rezk

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Cuando a Melena –otrora célebre milonguero- le dio el infartazo fatal en la mitad de la tanda de D`Arienzo, hubo un instante de honda indecisión en la milonga. Algunas parejas siguieron bailando enajenadas por el ritmo frenético del Rey del Compás (hay quien asegura que los celos y la competencia con el novel finado influyeron en esta cuestionable actitud), mientras que otras interrumpieron su baile molestas porque el robusto cuerpo de Melena en el piso dificultaba el accionar de los bailarines. A estos últimos les concedo razón: no se puede bailar D`Arienzo esquivando torsos o piernas que interrumpen el paso. Para colmo, esa noche la milonga estaba repleta porque se celebraba el cumpleaños de Mimí, hermosa veterana que en los años sesenta enloquecía a todos los milongueros, y ahora con setenta y pico largos, mantenía su prestigio. Justamente Melena había quedado de seña esperando a Mimí que jamás llegó, en una esquina de Mataderos, con un ramo de flores y bañado en Old Spice muchas décadas atrás. Ese desprecio tan manifiesto ofendió a Melena y él la sancionó ignorándola en las milongas durante un año entero. Pero el tiempo cicatriza hasta las heridas más hondas, y allí estaba el milonguero con sus zapatos de charol, saco con corbata al tono, chaleco que le apretaba hasta dificultarle la respiración y los pantalones tan planchados que con la raya se podía pelar una naranja. Se presentaba ante la novia que no fue, para homenajearla con el consabido vals de cumpleaños. Y fue bailando con Mimí cuando le dio el bobazo y se despidió de la reina, de la milonga …y de todo. Si bien los amigos y conocidos sabían que ese desenlace estaba dentro de lo posible porque Melena era hipertenso y no aflojaba con los maníes salados y el semillón, no se ponían de acuerdo en el rumbo a seguir esa noche en la milonga (estas controversias y otras por el estilo, se producen cada vez que hay más de dos argentinos). Algunos aconsejaban llamar a la ambulancia y después seguir con la milonga (eran la minoría) y otros sugerían esconder al finado hasta la hora de cierre y después sí llamar a quien correspondiera. La primera opción fue rápidamente desestimada porque es sabido que los encargados de la cochería, y aún los enfermeros y los médicos, no valoran la importancia de la continuidad en las milongas y se iban a demorar en demasía para hacer la penosa tarea. Se necesitaba celeridad, ejecutividad. Por suerte se impuso el sentido común. Melena, ya desalojado de la pista, fue llevado a la piecita donde se guardaban las bebidas, se bailó el resto de la noche, se homenajeó a Mimí (quien, muy emocionada, destacaba que Melena la había elegido para bailar su última tanda), y después, ya en la honda madrugada, se llamó a la ambulancia que se llevó a Melena entre el aplauso de todos los milongueros. Melena, aún finado, estaba en su salsa: había terminado sus días bailando un tango, y comenzado su presumible eternidad entre botellas de vino, cerveza y demás….iAh!...y se fue aplaudido. Su mejor exhibición. Cardozo, su mejor amigo, explicaba: “Melena hubiera hecho lo mismo por mí en caso de que yo me fuera al descenso…” Los otros amigos asentían silenciosamente. Y tenía razón. Una milonga debe suspenderse sólo por causas muy, pero muy importantes.


Fuente: Cortesía del autor


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