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Aquella primera tanda

Autor/a: Daniel Rezk

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Sucedió hace mucho tiempo, cuando ninguno de los dos dominaba los variados cliches de la milonga. Los dos eran debutantes en el lugar y en la noche, y después del inicial deslumbramiento que suele provocar ese fandango con su música y su gente, se acomodaron en sus respectivos lugares simulando naturalidad. Ella estaba con sus amigas de la oficina y él con un amigo del café que solía hablarle de las maravillas de la milonga y que -más para presumir que para colaborar- lo había invitado a compartir la mesa que ocupaba cada noche con sus amigos ('todos muchachos ranas"). Allí se hablaba de mujeres, de otros hombres, orquestas, tangos y...códigos. Él entendía las palabra pero no pescaba el sentido, por lo que decidió no prestar mayor atención a la desordenada conversación de los expertos de la mesa. Además, estaba demasiado ocupado en recordar el paso básico que había aprendido trabajosamente en la clase de tango para principiantes y que tenía agarrado con alfileres en su convulsionada memoria. Admitió, sólo para sí mismo, que había ido a divertirse y ahora el miedo al papelón lo angustiaba. A ella no le iba mejor. Las amigas que la habían invitado no tenían tiempo ni ganas de ser sus maestras jardineras. Estaban concentradas en charlar de "me parece que te mira", "ni loca bailo con ése" y otras cuestiones por el estilo. Trató de prestar atención para incluirse aunque fuera con forceps en alguna conversación, pero cuando escuchó que su mejor amiga decía: "me está mirando, pero con ése bailo sólo los instrumentales porque se sabe todas las letras y me las canta al oído", decidió que lo mejor sería disfrutar de la música y observar el comportamiento de la fauna tan particular que poblaba la milonga. No se entendía nada. También escuchó algo del cabeceo y de "si viene a la mesa lo rajo", pero ya se había encapsulado en sus propios pensamientos y les prestaba atención solamente a ellos. El lenguaje de las amigas era chino básico para ella. Ambos estaban solos entre aquella alegre multitud. De pronto, los dos estuvieron frente a frente en la pista. Se habían encontrado sin buscarse y estaban abrazados bailando el tango más lindo y romántico que alguien pudiera imaginar. Habían obviado todos los habituales lugares comunes del lugar: no hubo cabeceo, ni chamuyo conquistador ni histeria seductora. Sólo bailar sin conciencia de cómo habían llegado hasta allí. Al final del tango anónimo hubo un correctísimo y sincero "lo disfruté mucho" y un tímido "yo también". Después un galante y nada habitual beso en la mano y la muda promesa de bailar futuras tandas. Había llegado -tal vez- a quien se había esperado sin saber. Pero hubo un inoportuno llamado al celular de uno de los dos, una salida apresurada y sin adiós, y ya nunca se volvieron a ver. Hoy, curtidos de milongas, los dos se buscan afanosamente en otros para recrear aquella primera y fabulosa tanda. Se extrañan y no lo saben...


Fuente: http://lacachilatango.com/index.php


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